GLOBALIZACIÓN:
¿EL FIN DE UNA ERA?
Por Pedro Cornejo
El pensamiento clásico aplicado
a la modernidad
Figura
1. “Tomando la
temperatura” a la Globalización
La desglobalización se debe a la caída del comercio global
en los últimos años, el incremento de medidas proteccionistas y las tímidas,
pero amenazantes restricciones al movimiento de capitales, de personas y de
información.
Una corriente de opinión se extiende entre los profesionales
de la economía: llegamos al fin de la globalización, un ciclo que comenzó en
los noventa y que, desde 2012, va en declive. Lo dicen economistas como Neil
Shearing (“la globalización llegó a su punto máximo y existe el riesgo de que
el mundo comience a desglobalizarse”), Michael O’Sullivan (“la globalización,
al menos como la gente la ha conocido, está muerta”), Catherine Mann (“los
esfuerzos de liberalización comercial se han frenado y en numerosos países han
empeorado las prácticas que dañan los intercambios”), entre muchos otros. Un
informe del diario El País* señala que “el mundo ha entrado en una fase de
desglobalización”. Y se remite a la caída del comercio global en los últimos
años, el incremento de medidas proteccionistas y las tímidas, pero amenazantes
restricciones al movimiento de capitales, de personas y de información. *“La
guerra comercial entre EE. UU. y China acelera la desglobalización”.
Esto me recuerda el libro que Anthony Giddens publicó en
1999: Un mundo desbocado. El renombrado sociólogo inglés hablaba de la
globalización como un fenómeno económico, pero también político, cultural y
tecnológico que estaba transformando radicalmente nuestras vidas. Giddens era
consciente de sus consecuencias negativas: el notable aumento de la desigualdad
entre pobres y ricos, la destrucción de las culturas locales, los crecientes
peligros originados por el cambio climático, el resurgimiento de nacionalismos
e integrismos religiosos de toda índole, etc. De ahí su convicción de que “el
campo de batalla del siglo XXI enfrentará al fundamentalismo con la tolerancia
cosmopolita”. Pero Giddens confiaba en el triunfo del cosmopolitismo, la
diversidad cultural y la democracia liberal, todos ellos estrechamente
vinculados, según él, a la globalización.
Tal triunfo, sin embargo, está lejos de haberse
materializado. Es verdad que el mundo contemporáneo está (casi) completamente
interconectado y que, en líneas generales, la sociedad es más diversa y
multicultural, pero también lo es que el racismo, la intolerancia y la
discriminación dan muestras de una vitalidad digna de mejor causa. Por otra
parte, la democracia, como forma de gobierno, atraviesa por una profunda crisis
de representatividad que afecta el núcleo de su estructura. La desconfianza ha
penetrado como un puñal en Occidente y, como consecuencia, la seguridad se ha
convertido en el valor supremo que todos (Estados e individuos) buscan
proteger, en detrimento incluso de la libertad. De ahí que, como señala el
reconocido economista francés Thomas Piketty, sea urgente “repensar la
globalización”: dejar de concebir el comercio como un fin en sí mismo que hay
que liberalizar a toda costa y volver a pensarlo como un medio al servicio de
un mundo más justo y sostenible que solo se hará realidad, según Piketty, si se
consigue “superar el hipercapitalismo actual”. Una afirmación que, sin duda,
dará mucho que hablar.
Y si la globalización nos proporcionó un acercamiento a la
ciencia y tecnología como también a las inversiones de gran envergadura, ahora
identificamos los peligros de este hecho en tiempos de pandemia, los riesgos
que podría traer para la salud y la vida de todos los seres humanos.
Muy interesante
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